La capital de Portugal es una ciudad multitucultural, para orgullo de sus habitantes pues hay futbolistas mozambiqueños, restaurantes de Goa (La India) y rodas de choro (jam sesions brasileñas).
En el área metropolitana de la capital lusa viven cerca de 120.000 descendientes de asiáticos, africanos y brasileños, y sus culturas impregnan todos los aspectos de la sociedad lisboeta, desde la sabrosa gastronomía y la notable música hasta la televisión y el argot callejero. El multiculturalismo se nota claramente si uno pasa varios días en Lisboa.
Muchos llegaron a la capital portuguesa después de la revolución de los claveles en 1974, retornados de países con pasado luso como Cabo Verde, Mozambique, Guinea-Bissau y Angola, desgarrada por la guerra; una oleada migratoria que ejerció enorme presión en la frágil economía portuguesa.
Sin embargo, al preguntarles a los lisboetas done está toda esta gente contestarán con genuino pesar que «en los guetos». Hay toda una Lisboa que no aparece en los típicos folletos turísticos: Cova da Moura, Fontainhas, Anjos, Amadora, Buraca … Se trata de suburbios que pocos frecuentarían y que aparecen fugazmente desde la ventan del tren de Sintra.
Lejos de la Lisoba de postal, estos barrios se definen por sus abarrotadas chabolas, la violencia relacionada con las drogas y los altos índices de embarazos adolescentes. Aquí, los jóvenes lisboetas carecen de futuro y están a menudo en un limbo cultural que, por supuesto, exarceba la prensa amarilla con sus esterotipos. Son los chivos expiatorios, los clandestinos.
Los servicios sociales intentan paliar el problema, pero queda mucho por hacer, muchísimo. Se trata de zonas prohibidas incluso para los autóctonos más atrevidos, estos barrios son los ajados flecos del tejido social de la capital lusa. Películas como «Ososo» («Huesos») de Pedro Costa ofrecen una excelente ojeada a un aspecto de Lisboa con frecuencia tristemente olvidado.
Foto vía Flickr.com